Sentar la Cabeza / Desenfreno Total

Recuerdo como me sentía a los diecisiete: era un gato, una serpiente, un lagarto, un ratón…
también me atraía lo de tener un buen carro y una esposa, y un crío, casa en el campo, piso en Londres.
Voy a pirarme a una isla en cuanto termine el verano, voy a liarla a tope,
beber más que un pez en una tromba marina,
formo parte de una corriente
que viene de lejos, y a estas alturas debería saber
que no tiene fin.

Hay tanto que recordar, hay tanto que olvidar: en nosotros está nuestro futuro, aunque lo desconozcamos aún.
El espíritu se hace carne, y la carne espíritu… buscamos respuestas en la cara de la Esfinge, pero no sirve de mucho.
Atrapados entre vejez y belleza, experiencia y juventud, sentimos una acuciante necesidad de algún tipo de Verdad.
Pero a veces nos dejamos atrapar, pillados entre oportunidades desperdiciadas, malgastadas.
Así que mejor unirse a la danza de los malgastadores: esa que es rápida y lenta a la vez,
cualquier cambio es preferible a quedarse estancado,
fosilizado.

De verdad que tengo vocación por Sentar la Cabeza,
pero en cuanto comienza a sonar la canción,
me pierde la menor promesa de Goce Total…

eres tan joven, tan viejo, lo atrapas, se te escapa, es tan jodido
de explicar
casi lo tienes, vas muy mal, tan joven, tan viejo, tan raro, tan fuerte, tan jodido
de explicar… tan cerca, tan lejos, tan joven,…

Verano

Basado en una historia real, por respeto a las víctimas se han cambiado los nombres.
Los hechos se reflejan tal como ocurrieron, solo que congelados en el instante equivocado.
Fotos colgadas ahí en los muros, gente paseando y deteniéndose unos segundos frente a cada instantánea.
Aunque inevitable la carga de melancolía, las películas se hacen a sí mismas, rebeldes ante sus supuestos creadores.
Defensor del potencial de la ficción, descubridor de la impostura de todas, ellas.
Incapaz de ceñirse a unos diálogos pre-escritos nunca más.

Diapos

Autosave-File vom d-lab2/3 der AgfaPhoto GmbH

Encontramos hace seis años unas diapos que dábamos por desaparecidas, se las enseñé a la familia y al gato. Unos cuantos miles de millas después, existe una película, y pronto se podrá ver.

Afrontar cada proyecto como si fuera el último se ha convertido en una costumbre, pero esta vez me lo he llegado a creer. Del camino me quedo con el aliento recibido de gente que no sabía que me lo estaba regalando. Ahora me encuentro redactando los títulos de crédito, escuchando las voces, en cuatro idiomas diferentes, de la banda sonora. Repaso nombres de gente que aparece en la peli, otros que el montaje ha dejado fuera. Es el momento de poner en marcha la siguiente, que volverá a ser la última.

 

Floppies

tomine2013

Escasos cómics con funda de plástico entre mi desordenada y rala colección. Los «Optic Nerve» de Tomine sí, porque los acostumbraba a comprar por correo a Drawn & Quarterly y así venían ya, enfundados. Ahora acabo de leer del tirón los números doce y trece que, evidenciando la escasa productividad del amigo, coinciden con los años en los que han sido editados. Tres delgados comic books en cuatro años no son para tirar muchos cohetes, pero es que Tomine se casó, tuvo un hijo, ahora ilustra portadas del New Yorker, y eso tiene que notarse.

En estos dos últimos Optic Nerves (el 12 y el 13, repito) Tomine se resiste a la desaparición de los floppies, los comic-books de tapa blanda. En ellos documenta también su resistencia a tener presencia en la red; nada de tablets, facebooks, twitters, emails… Una especie de rebeldía nostálgica que no entiende nadie: ni sus colegas, ni los lectores, ni siquiera sus editores. Lo cierto es que no hay nada de romántico en la postura de Tomine. Se sabe superado por la ola, y sin embargo sigue publicando cartas recibidas exclusivamente en papel, y editando nuevas entregas en forma de comic-book, aunque ahora sea una vez cada año y medio.

No quiero decir que me sienta identificado con Tomine, pero justo hoy reflexionaba con un colega sobre lo de ver pelis a golpe de click. La conversación ha acabado recordando a un artista cuyo nombre olvidé, pero que sólo mostraba sus películas de Super-8 si eran proyectadas sobre su propio cuerpo. Ahí queda.

Eso sí, el Optic Nerve número 13 contiene una historia titulada «TRANSLATED, from the JAPANESE,» que es de lo mejor, de aquello que te hace levantar del sofá y ponerte a escribir un post después de 6 meses.

Cocción lenta

enxMe doy cuenta que ya necesitamos los dedos de las manos y de los pies (y aún nos falta algún dedo) para contar los meses que han pasado desde que se rodó «Enxaneta», el primer largometraje de Alfonso Amador. Se financió sin ayudas públicas, ni craufandins, ni ostias. A pelo. Si la palabra independiente no estuviera tan sobada, describiría perfectamente el espíritu de «Enxaneta», que luce austera y orgullosa como ella sola. Para el que se acerque a verla a los cines Victoria de Madrid a partir de este viernes, puede que le sorprenda una factura técnica impecable, que por primera vez lucirá en la pantalla grande como dios manda (eso espero) en el formato scope que tan cuidadosamente mimaron Alfonso, su fotógrafo Josema y el colorista Toni.

Pero eso no deja de ser secundario. Porque han pasado los suficientes meses para valorar «Enxaneta» como se merece. Yo conozco a Alfonso desde que nos encontramos en el festival Ibérico de Badajoz en 1997, y he ido viendo sus cortos y leyendo sus guiones que por una u otra razón no pudieron convertirse en pelis. Por eso al final me involucré con él en «Enxaneta», un proyecto que desde el principio atesoraba todo su talento, pero que además tenía la virtud de ser rodable y producible. La combinación ha dado finalmente sus frutos.

Muy lentamente, eso sí, porque «Enxaneta» ha ido haciéndose un hueco poco a poco, desde los márgenes, sobresaliendo pausadamente pero de forma constante entre la sobreproducción de pelis low-cost que nos inunda, y en la que es jodidamente difícil hacerse notar. Ha obtenido premios allí donde la han dejado participar, y se ha ido ganando la difusión y la audiencia a pulso, sin un duro para promoción y sin padrinos.

Ahora llega a la pantalla grande, a partir del 7 de junio en los cines Victoria de Madrid (c/Francisco Silvela 48), dos sesiones diarias, 16:15 y 20:15. Alfonso y yo estaremos allí en los pases del viernes 7, podemos comentarla tomando unas cervezas. Yo no me lo perdería.

Riesgo de exclusión social

CP

Del 29 de mayo al 2 de junio se celebra de nuevo el Docs Barcelona. El año pasado estuve en el Pitching Forum presentando un proyecto llamado «Contact proof». Más de un año ha transcurrido y a base de hacer un buen puñado de kilómetros por Europa y América y autoflagelarme unos meses, la peli está casi terminada. Aún le falta recorrido, incluso puede que me dé por rodar algunas secuencias adicionales, pero ya existe lo que se llama un «rough-cut», y eso es lo que verán durante el Docs un puñado de expertos. Ellos analizarán de forma cabal si lo que les presento es una ida de olla o voy por la buena senda.

Las últimas semanas me he estado peleando con el Final Cut de una forma desacostumbrada, y mi vida social se ha reducido a niveles negativos. Ayer entregué el montaje al Docs, y de repente tengo algo de tiempo incluso para subir un post como este. Quizás pronto baje a la urbe a tomar una cerveza y ver paseantes.

Una vez se celebren las sesiones a puerta cerrada en las que se escrutará nuestro metraje, comentaré en otra entrada cómo ha ido.

Milímetros

 

master

Vi «The Master» hace algunas semanas, y la verdad es que no me decepcionó. Desde que me enteré que no era posible ver una copia en 70mm en ningún cine de España, me hice a la idea de que no habría ninguna diferencia entre la proyección digital que iba a ver en los cines Icaria de Barcelona y la calidad de cualquier otra peli vista en la misma sala. Pero la verdad es que a pesar de lo diminuto de la sala, y de soportar la distorsión de unos altavoces rotos, había algo ahí, sobre todo en los planos-retrato, que sobrepasaba en mucho el impacto de los habituales 35mm o el 2k al que estamos mal acostumbrados. Ese «algo» se debía sin duda al uso del negativo de 65mm, y salí realmente entristecido de no poder visionar la peli en su glorioso formato original.

Y es que creo que ha sido nuestra última oportunidad. Fuji y Kodak no hacen más que discontinuar emulsiones una tras otra, y filmar con negativo (no digamos ya en 65mm) pronto será literalmente imposible. Paul Thomas Anderson se ha empeñado en que existan copias (concretamente 17) que no han pasado por el Digital Intermediate, así que son completamente analógicas. Unos pocos planos (un 15% de la peli) fueron hinchados de 35 a 70, pero estas 17 copias sólo han recibido tratamiento químico. Aún me resisto y sigo buscando aprovechar alguna oportunidad de verlas en una sala que cuide al detalle la proyección, tal como PTA y su equipo cuidaron la cinematografía de «The Master». Para ello habrá que viajar lejos, o con suerte aprovechar algún pase en el sur de Francia, por ejemplo.

Aquí algunos artículos: muy interesantes, y un poco menos, pero todos ellos epitafios técnicos sobre el fin de una era.

Y un teaser con un plano descartado que da gloria verlo.

 

Un grande de verdad

De repente me sale en un twitter que el mayor goleador en un año no es Messi, sino Chitalu, un oscuro jugador zambiano que marcó… ¡107 goles! en 1972, justo el mismo año que Müller. Intentando saber de donde sale semejante personaje y noticia, doy con el artículo de Roncero (quién si no), que en su habitual chusquero y surrealista estilo usa a Chitalu para menoscabar los méritos de Lionel.

Leyendo algunos de los comentarios, descubro la página de la Wikipedia donde aparecen todos los récords del fútbol, así en general. Ahí descubro que Messi inscribe su nombre en un buen puñado de apartados, y Cristiano solo en uno, el de fichaje más caro. Gracias a este detalle, la Wikipedia le da la razón a Karanka, que dijo lo que dijo. Hasta aquí la polémica messicristianista nuestra de cada día. Pero la pregunta clave es: ¿Quién tiene más peso en su equipo? Ninguno de los dos. El jugador con más peso de la historia fue Foulke.

Porque cuando me he puesto a repasar los records, el que más me ha llamado la atención es el de jugador más gordo. Y ese fue sin duda Foulke, un tipo que llegó a jugar pesando más de 150 kilos. Y ahí se hubiera quedado la cosa, si no fuera porque he seguido repasando récords, y me ha maravillado saber que el primer autogol se lo marcó Gershom Cox, del Aston Villa en 1888. Impresionante pasar a la historia por eso. Me hubiera encantado verlo, pero no está en Youtube, aún faltaban siete años para que los hermanos Lumière inventaran su cacharro.

Me he puesto a buscar entonces las filmaciones más antiguas de fútbol que se pueden rescatar, y he visto algunas joyas, como un fragmento del Arsenal de 1898, y un buen puñado de partidos de principios de siglo gracias a la colección de Mitchell and Kenyon y el BFI.

Ha sido justo ahí, repasando un Sheffield vs. Bury de 1902, cuando en el minuto 2:13 aparece un tipo rechoncho y tremendo, sacando de puerta con un patadón de escándalo. Ese portero resulta ser William «Fatty» Foulke, el hombre que se comió todos los pasteles, como cantan todavía hoy los supporters en los estadios ingleses. Aquel que, siempre según la Wikipedia, persiguió desnudo a un árbitro para matarlo en la final de la Cup de 1902.

Y así, gracias al Youtube, a Twitter y a Roncero, 110 años más tarde puedo empatizar con un referí decimonónico esperando la muerte en el armario de la limpieza, a manos del jugador más grande de la historia.

 

Justicia increíble

En un mundo real donde siempre ganan los malos, «Los increíbles» han venido para impartir justicia.

El próximo lunes 24 de septiembre, presentamos la película de David Valero en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, y antes de que las posibles reacciones me contaminen, voy a explicar algunas cosas que deben saberse.

Que “Los increíbles” es un artefacto extraño y poderoso. Luce con orgullo su etiqueta de documental, y explota las armas que se le suponen a un buen exponente del género. Por ejemplo la espontaneidad de unos personajes que hacen de ellos mismos, y que desarman fácilmente 30 años de carrera del mejor alumno del Actor’s Studio. O un montaje que empuja la película de forma imparable y siempre hacia adelante, manejando con maestría tres tramas paralelas sin caer en el peligro de desequilibrio que eso supone.

Pero es en ciertas elecciones donde la peli escapa de la órbita del mero documental al uso. Al optar por el formato scope, por ejemplo. O obviando la voz en off en favor de una banda sonora creativa, donde el ritmo lo marcan los microondas y los escáneres médicos, contrapunteando el atmosférico score de Vincent Barrière. Y unos minutos de animación de propina que conectan a todo el universo Marvel y DC con San Vicente del Raspeig.

Ahí está el gusto por el encuadre y el desencuadre, los fueras de campo, las elipsis, el uso de los silencios y los espacios vacíos. Resortes asociados desde siempre al mejor cine de ficción, del que últimamente vamos tan escasos. Y aún hay más.

Porque en ciertos momentos, en secuencias críticas donde sólo se podría esperar una cámara oculta o simples planos robados, David hace gala de una planificación y unos ángulos de cámara dignos del mejor storyboard. Simplemente, no sabía que era imposible, y lo hizo así.

Que nadie se lleve a engaño por la evidente austeridad y la escasez de mimbres con la que está manufacturada “Los increíbles”. Hay mucho cine, del de verdad, del grande, hecho (entre otras) con una Canon HV30 de plástico con la que los turistas japoneses sacan desenfocados y temblorosos a los angelotes de la Sagrada Família.

A veces los malos no siempre ganan.

Gracias a Rebor y a todo su equipo de Donosti por sacarnos de los campos de tierra y dejarnos pisar por una tarde el siempre impecable césped de Anoeta.