Me doy cuenta que ya necesitamos los dedos de las manos y de los pies (y aún nos falta algún dedo) para contar los meses que han pasado desde que se rodó «Enxaneta», el primer largometraje de Alfonso Amador. Se financió sin ayudas públicas, ni craufandins, ni ostias. A pelo. Si la palabra independiente no estuviera tan sobada, describiría perfectamente el espíritu de «Enxaneta», que luce austera y orgullosa como ella sola. Para el que se acerque a verla a los cines Victoria de Madrid a partir de este viernes, puede que le sorprenda una factura técnica impecable, que por primera vez lucirá en la pantalla grande como dios manda (eso espero) en el formato scope que tan cuidadosamente mimaron Alfonso, su fotógrafo Josema y el colorista Toni.
Pero eso no deja de ser secundario. Porque han pasado los suficientes meses para valorar «Enxaneta» como se merece. Yo conozco a Alfonso desde que nos encontramos en el festival Ibérico de Badajoz en 1997, y he ido viendo sus cortos y leyendo sus guiones que por una u otra razón no pudieron convertirse en pelis. Por eso al final me involucré con él en «Enxaneta», un proyecto que desde el principio atesoraba todo su talento, pero que además tenía la virtud de ser rodable y producible. La combinación ha dado finalmente sus frutos.
Muy lentamente, eso sí, porque «Enxaneta» ha ido haciéndose un hueco poco a poco, desde los márgenes, sobresaliendo pausadamente pero de forma constante entre la sobreproducción de pelis low-cost que nos inunda, y en la que es jodidamente difícil hacerse notar. Ha obtenido premios allí donde la han dejado participar, y se ha ido ganando la difusión y la audiencia a pulso, sin un duro para promoción y sin padrinos.
Ahora llega a la pantalla grande, a partir del 7 de junio en los cines Victoria de Madrid (c/Francisco Silvela 48), dos sesiones diarias, 16:15 y 20:15. Alfonso y yo estaremos allí en los pases del viernes 7, podemos comentarla tomando unas cervezas. Yo no me lo perdería.