En un mundo real donde siempre ganan los malos, «Los increíbles» han venido para impartir justicia.
El próximo lunes 24 de septiembre, presentamos la película de David Valero en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, y antes de que las posibles reacciones me contaminen, voy a explicar algunas cosas que deben saberse.
Que “Los increíbles” es un artefacto extraño y poderoso. Luce con orgullo su etiqueta de documental, y explota las armas que se le suponen a un buen exponente del género. Por ejemplo la espontaneidad de unos personajes que hacen de ellos mismos, y que desarman fácilmente 30 años de carrera del mejor alumno del Actor’s Studio. O un montaje que empuja la película de forma imparable y siempre hacia adelante, manejando con maestría tres tramas paralelas sin caer en el peligro de desequilibrio que eso supone.
Pero es en ciertas elecciones donde la peli escapa de la órbita del mero documental al uso. Al optar por el formato scope, por ejemplo. O obviando la voz en off en favor de una banda sonora creativa, donde el ritmo lo marcan los microondas y los escáneres médicos, contrapunteando el atmosférico score de Vincent Barrière. Y unos minutos de animación de propina que conectan a todo el universo Marvel y DC con San Vicente del Raspeig.
Ahí está el gusto por el encuadre y el desencuadre, los fueras de campo, las elipsis, el uso de los silencios y los espacios vacíos. Resortes asociados desde siempre al mejor cine de ficción, del que últimamente vamos tan escasos. Y aún hay más.
Porque en ciertos momentos, en secuencias críticas donde sólo se podría esperar una cámara oculta o simples planos robados, David hace gala de una planificación y unos ángulos de cámara dignos del mejor storyboard. Simplemente, no sabía que era imposible, y lo hizo así.
Que nadie se lleve a engaño por la evidente austeridad y la escasez de mimbres con la que está manufacturada “Los increíbles”. Hay mucho cine, del de verdad, del grande, hecho (entre otras) con una Canon HV30 de plástico con la que los turistas japoneses sacan desenfocados y temblorosos a los angelotes de la Sagrada Família.
A veces los malos no siempre ganan.
Gracias a Rebor y a todo su equipo de Donosti por sacarnos de los campos de tierra y dejarnos pisar por una tarde el siempre impecable césped de Anoeta.