Desincronía

10:30. Me llaman desde el Festival de Elche diciéndome que el sonido de la copia 35mm de Nitbus está mal. Me preocupo. Es la misma copia que vimos en el Casablanca, y sutilezas aparte sobre los graves o los agudos, el audio era correcto. Intento averiguar qué es lo que está mal. ¿Distorsiona? ¿El volumen es demasiado bajo? La chica no ha visto el corto. Tiene que hacer unas consultas al proyeccionista y me vuelve a llamar, pero me aconseja que si tengo otra copia a mano, la vaya preparando para enviarla urgentemente a Elche. El festival empieza el viernes.

11:10. He pasado cuarenta minutos un poco (bastante) desconcertado. He llamado a Cuti, el mezclador de sonido. Me ha salido su buzón de voz, pero quizás mejor así, porque no sabría qué explicarle exactamente. Sólo que el sonido está mal, todo mal. Finalmente recibo la llamada. Ya saben qué es lo que está mal. El proyeccionista dice que de repente los diálogos suenan bajos, muy bajos, inaudibles (¿?) y el sonido está desincronizado. Uy. ¿Cuánto?, pregunto, ¿unos fotogramas, un segundo? ¿Atrasado o adelantado?. No, no. Totalmente desincrónico. Menudo bajón. Podría ser que los rayos X, o el lector de códigos de barras del transportista hayan afectado al celuloide. Mientras la oigo hablar se me enciende la bombilla, claro que sí, el audio de Nitbus es desincrónico. Intencionalmente desincrónico. Lo intento explicar atolondradamente, me siento rarísimo explicando mi propio corto en términos de desincronía sonora, no sé si consigo hacerme entender. Le pregunto si aparte del proyeccionista alguno de los otros espectadores notó algo raro, quizás el jurado: le remito a consultar a Nacho Vigalondo o Vicente Verdú. Se extraña mucho de que conozca la composición del jurado, estando yo en Barcelona. Le aclaro que no conozco personalmente a ninguno de los dos, simplemente sigo eventualmente el blog del primero en El País, y lo hizo público en su post del 12 de julio. Aquí los argumentos sonoros terminan, el diálogo ha sido muy amigable con Marian, que así se llama. Finalmente llegamos a la conclusión de que lo mejor es que ella misma vea el corto, y que decidamos luego si probar con una nueva copia. Le comento que estoy completamente a su disposición. Y esta vez es más cierto que nunca.

12:45. No llamo a nadie, tampoco me puedo concentrar en nada. No sé si será por mis poco sólidos argumentos sobre la desincronía sonora en el cortometraje, pero no estoy para tirar cohetes. Suena el teléfono otra vez, el mismo número de antes. Espero encontrar al otro lado a Marian, pero en esta ocasión una voz masculina me saluda. El director del festival, se me presenta. Con tono risueño me tranquiliza: el corto está bien, no tengo que enviar otra copia. Puedo olvidarme de todo, me dice, no sé si seré capaz. Le resumo atropelladamente las conversaciones anteriores con Marian, y aclaro otra vez que no conozco al jurado, que nunca he saludado a Vigalondo ni a Verdú. Se ríe. Nos despedimos.

Qué infantil y absurdo ese interés mío en excusarme de no conocer al jurado. Espero que el viernes que viene estén en Elche y pueda saludarles personalmente, darles un abrazo. Y acto seguido preguntarles por la desincronía.