Decía ayer Erice que las herramientas digitales le darán al cineasta el tiempo que poseen los pintores. No entiendo lo que quiere decir, pero estoy de acuerdo. Yo asocio más las camaritas y el software al papel y lápiz con el que cualquiera podría (es un decir) escribir el quijote. Los ceros y unos hacen que al final todo dependa del talento y el rigor (más de esto último que de aquello otro). Y la cosa se convierte en complicada, porque la facilidad y promiscuidad la de las herramientas llevan directamente a la relajación. Relajación digital, eso sí. Sólo nos daremos cuenta de esta revolución cuando se descubran en los discos duros y DVDs grabables domésticos obras maestras de cineastas que jamás exhibieron su obra en un festival o una sala de proyección, de la misma forma que se encuentran obras maestras postumas de escritores desconocidos en vida. ¿Pasará alguna vez algo así? Es difícil, porque el hambriento de imágenes y sonidos es exhibicionista de por sí, y está ávido de audiencia. Aunque yo conozco personalmente algunas negaciones de esta afirmación, y simplemente espero que no se nos mueran con sus obras maestras en eterna fase de montaje.